“Es mucho más fácil y rentable apagar las luces que emplear energía renovable”. Con esta clara afirmación arrancó Florencio Manteca su participación en la actividad “Eficiencia energética y gestión de la demanda”, organizada por el Aula Universitaria de Milagro. El director del Departamento de Arquitectura Bioclimática del CENER daba así comienzo a un discurso en el que se centró en la importancia de la eficiencia energética y las posibilidades que ofrece de cara a la ralentización del calentamiento de la Tierra, especialmente cuando se trata de instalaciones municipales, pues los mayores puntos de consumo de los ayuntamientos son el alumbrado público y las instalaciones de polideportivos, piscinas o colegios. Pero llegar a esta simple conclusión conlleva un gran trabajo de investigación.
Como punto de partida, Manteca se refirió a los análisis demográficos que estudian las previsiones de la evolución de la población mundial, pues “todo lo relativo a energía y emisiones supone, por su impacto, un problema a escala global”, sentenció.
En la actualidad, los 6.800 millones de habitantes que tiene la Tierra superan la capacidad ecológica de carga del planeta en un 20%, es decir, se consume más del 20% de los recursos que la propia Tierra es capaz de regenerar. “El problema no se limita a esto, pues el número de habitantes va en aumento. ¿Qué pasará cuando seamos 9.000 millones?”, se preguntó el experto.
Las previsiones demográficas indican que se superarán los 10.000 millones en 2050, lo que significa un aumento de la población de un 50% en cuatro décadas. Frente a movimientos demográficos menos significativos, África duplicará su población en ese periodo y, sobre todo, aumentará la población en las ciudades de los países del cinturón tropical del planeta, donde sus habitantes pueden vivir en la calle o en casas de sencilla fabricación sin morir de frío.
Este aumento se producirá, especialmente, en los entornos urbanos. Se aprecia una evolución muy importante en las megalópolis y se estima que en el año 2050 unas trece ciudades tendrán más de 15 millones de habitantes y ocho de ellas, más de 20 millones. “La mayoría vivirá en chabolas”, sentenció Manteca. “Las ciudades son zonas donde no se genera energía. Sin embargo, son enormes consumidoras y un mayor desarrollo supone una mayor intensidad energética. En los países del primer mundo, un aumento de población del 1% supone un aumento de un 2,1% del consumo de energía”, explicó Manteca.
“¿Qué papel juega la energía dentro de este contexto demográfico?”, se preguntó. Actualmente, se da una desigualdad importante en cuanto a la producción mundial de energía y su consumo. Del total anual, América del Norte se beneficia del 25%; Europa, del 18%; América del Sur, del 7%; y África, de un 4%. Es decir, los países desarrollados, que suponen el 25% de la población mundial, consumen un 75% de la energía total. “Si se continúa con esta tendencia, en 2050 estaremos consumiendo un 30% más de la capacidad de carga del planeta. Esta situación es totalmente insostenible: habrá dificultades en el abastecimiento de petróleo y el sector de la edificación será responsable de una gran parte del consumo de energía y recursos de la Tierra”, afirmó el director del Departamento de Arquitectura Bioclimática del CENER.
Asimismo, señaló a las grandes ciudades, como México DF, como las principales culpables de este “agujero energético”. Según explicó, varios factores influyen en este gran consumo, como el clima, aunque el urbanismo también es un aspecto a tener en cuenta. “El modelo mediterráneo de ciudad compacta y compleja supone una situación equilibrada entre la densidad de población y el consumo de energía. Sin embargo, esto no ocurre en las ciudades más dispersas, propias de Australia y EEUU, donde el consumo de gasolina se multiplica por ocho”, ejemplificó.
Cambio Climático
A continuación, Manteca se centró en uno de los grandes problemas a escala mundial: el cambio climático. “Durante 1.000 años la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera era homogénea, pero a partir de la década de los 90 ha ido aumentando hasta alcanzar una cifra récord a nivel mundial, 387 partes por millón (ppm). La generación de electricidad y calor supone el 24,9%; el sector del transporte, el 14%, igual que la industria o la agricultura con el 13,8%; y la deforestación, el 12%”, comentó.
Como consecuencia se crea el efecto invernadero, “una trampa de calor que supone aumento de la temperatura de la Tierra”. Los biólogos estiman que la temperatura puede aumentar unos 3º C sin que se den efectos catastróficos. “Para no rebasar ese límite en exceso, deben implantarse niveles de estabilización que, siendo realistas y aplicando medidas ambiciosas, limitarían la emisión a 500 ppm; lo que supone un aumento de 2 a 4º C”, afirmó el experto.
En cuanto a las reducciones de emisiones acumulativas a través de medidas de mitigación alternativas aplicables entre los años 2000 y 2030, se apuesta principalmente por la conservación y la eficiencia energética, además de por el cambio del combustible fósil a la energía renovable.
La solución: la eficiencia energética
Tras esta descripción de la situación actual, el experto en Arquitectura Bioclimática señaló la eficiencia energética como la medida con más impacto en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a corto y medio plazo. “Sólo imponiendo medidas en los edificios se podría reducir el 38% de la emisiones necesarias para mantenerse bajo la cota de los 3º C de calentamiento”, apuntó. Las actuaciones en los edificios nuevos y, sobe todo, en el parque existente es esencial y se realiza reduciendo la demanda y mejorando el rendimiento de los sistemas.